La trampa

Ayer domingo tocaba jornada reivindicativa. Iba a asistir a una manifestación en Leganés en apoyo al pueblo palestino.

Con eso de la crisis y aprovechando que la marcha salía de la Avenida Europa, que está bastante cerca de la zona de Getafe donde vivo, decidí acercarme a pie, que el billete del metro está muy caro, y el litro de diesel ni digamos.

Así que tras quedar con un par de vecinos del barrio en la rotonda del lazo nos pusimos en camino, eso sí corriendo porque aunque íbamos con tiempo de sobra para ir tranquilamente paseando, tengo el defecto que soy un poco cagaprisas.

Un poco antes de las 10 llegamos al punto en que comenzaría la manifestación y allí me enteré extrañado que había que coger un número y otra cosa que llamaban un chip. Era como si alguien ajeno a la organización de la marcha se hubiera infiltrado y pretendiera controlar a los participantes con algún oscuro propósito.

Tras aguardar una breve cola me dieron mi número que debía llevar bien visible (cual estrella de David) y una pieza de plástico que debía ser el localizador o chip. Como no sabía que hacer con el me lo coloqué atado en los cordones de la zapatilla para tener las manos libres por si se acababa complicando la manifestación. A esas alturas la inquietud se había apoderado de mí y empezaba a darme cuenta que todo esto era una gran trampa y los asistentes a la manifestación seriamos la presa.

Al lado de la pancarta que marcaba el inicio me encontré con otros colegas, que inocentes ellos disfrutaban del evento entre sonrisas, aunque me percaté que uno de ellos, supongo que oliendose algo, se había disfrazado y ocultaba su rostro bajo una poblada barba blanca y una melena del mismo color.

De repente sonó una especie de disparo, 'han llegado los del Mossad' pensé aterrorizado mientras mis pies me obligaban a correr a correr con todo el mundo en una gran estampida.

Yo iba mirando hacia todos lados esperando ver aparecer en cualquier momento los tanques, o un misil de esos inteligentes, o peor aún al mismísimo embajador de Israel, pero lo único que veía eran asistentes a la manifestación que avanzaban en una huida desesperada con el rostro desencajado.

Según iba corriendo me dí cuenta que había agentes con chalecos reflectantes que iban indicando por donde debiamos huir, y me sentí como el ganado que es conducido hasta el matadero.

Después de poco más de media hora llegué a un pequeño estadio, sin duda reconvertido en campo de concentración, donde habiamos sido guiados por los sionistas. En la llegada, uno de los carceleros iba haciendo fotos a todos los que ibamos entrando, no solo estabamos controlados por el localizador ese, sino que encima tendrían documentación gráfica para evitar que nos escaparamos.

Mientras nos apelotonabamos repartieron los uniformes que nos tendriamos que poner, no tenían rallas, parecía una simple camiseta, pero al ponernosla todos quedabamos perfectamente uniformados.

Por allí me encontré a algunos amigos, que igual que el protagonista de La vida es bella, actuaban como si no estuvieran en un campo de concentración. Yo hice lo posible por seguirles el juego entendiendo que quizás esa podría ser la forma de llevarlo mejor y sobrevivir para poder escapar en un futuro.

Salimos del estadio como si realmente fueramos libres, aunque yo sabía que nuestros captores nos tenían vigilados en todo momento; mi esperanza estaba en que aun no hubieran extendido sus redes más allá de Leganés, por lo que me despedí emocionado de mis compañeros y en un despiste de los guardianes invisibles, salí corriendo hacia Getafe y tras darles esquinazo no paré hasta que estuve frente a la puerta de mi casa.